A pesar de la cercanía con Bogotá, la provincia del Guavio no es muy conocida por la mayoría de los capitalinos. A pesar que la Calera y Guatavita son tan cercanos y visitados, el resto de la provincia queda al imaginario citadino como poblados lejanos en medio de las montañas y sin mucho que descubrir. Pensamientos bien alejados de la realidad.
El simple hecho de pasar el páramo de Guasca, abre un escenario enorme con multitud de posibilidades para la aventura, para el disfrute de los sentidos, para el encuentro con el agua y el verde de sus paisajes. Tener la posibilidad de recorrer sus pueblos, sus parcelas y sus tesoros naturales, el poder hablar con sus gentes, todo esto te hace preguntarte, ¿Por qué no había venido antes a este hermoso rincón de Cundinamarca?
Este fue el sentimiento que me rondaba la mente al salir lentamente de la bruma espesa del páramo y empezar a sentir un aire más tibio y unos colores cada vez más verdes.
El componente adicional que se empieza a sentir con toda su fuerza es el agua. El río Guavio que baja en algunos sectores, muy cerca de la carretera, deja sentir su fuerza y los chorros de agua que se empiezan a ver por doquier, empiezan a reflejar el tesoro más grande que tiene la región.
Y justamente, esta condición de ser una de las regiones más húmedas del país, sirvió para que todo el escenario se complementara con una de las represas más grandes que tiene el país. La carretera serpenteante empieza a subir nuevamente y ya en algunas curvas puedes ver la represa, que deja ver su gran tamaño.
Gacheta es el primer poblado que encontramos ya sobre la represa y presenta otro tesoro escondido: sus aguas termales.
Adelantamos camino y llegamos a Ubalá donde nos esperaban algunas actividades para deleitar nuestros sentidos y exigir nuestro estado físico.
Personalmente me gustan todos los planes que involucren algo de exigencia física y a la vez disfrutar un bello paisaje. Toda la región te lo permite. Tuvimos la posibilidad de realizar una de las innumerables caminatas que bajan desde la carretera hasta la represa, inclusive se puede realizar en sentido inverso y añadirle un poco más de ascenso hasta la laguna Verde.
La exigencia de la caminata sin embargo está todo el tiempo matizada por un paisaje que mezcla relictos de bosques nativos, con pequeñas granjas llenas de cultivos de café, frutales o caña de azúcar y la presencia esporádica de algunas vacas. Todo este paisaje con la vista siempre presente al fondo del gran embalse.
Sin embargo, si no quieres caminar tanto, puedes simplemente disfrutar de algunos de los miradores que existen en el área. Con una pequeña caminata puedes tener el lugar perfecto para sentirte en el paraíso. Por ejemplo nosotros fuimos hasta el pico del águila donde tuvimos una de las mejores vistas de la represa y de sus alrededores. Lugar inigualable para sentir la grandeza de la naturaleza.
Estos mismos caminos con diferentes grados de dificultad, pueden ser recorridos en bicicleta de montaña. Sólo es necesario hablar con la gente de la región que de seguro te contarán y orientarán para hacer el recorrido que has deseado.
El plan se hace mucho más interesante si complementas estas opciones de aventura con un encuentro directo con la gente de la región. Gente pujante, trabajadora y con ganas de progresar. Tuvimos la suerte de desayunar en casa de Jhoana quien está emprendiendo un proyecto turístico, para que más personas tengan opciones al venir al Guavio. Almorzamos en casa del señor Aguilar quien con su granja ecológica puede enseñarnos muchísimo de procesos productivos amables con el entorno, compartimos con Carlos las caminatas hasta la represa, la cual terminamos con el calor de una fogata y de música popular al son de las guitarras y por último pasamos la noche en otra de las casas familiares que están viendo en el turismo, otra opción económica para la región. Cada uno de ellos, más que brindarnos un servicio, nos entregaron cariño, una sonrisa y el amor que todos tienen por su región. Creo que eso es lo más valioso que el Guavio puede ofrecer a todos sus visitantes.
El siguiente día emprendimos nuestro recorrido hacia la zona esmeraldífera de Gachalá. En este lugar se puede tener la experiencia de entrar en una de las minas que se explotan actualmente y sentir así sea por un momento ese deseo de encontrar una joya. Es un trabajo muy duro, de sacrificio, de esfuerzos, de incertidumbre; un trabajo que no garantiza la riqueza pero que es la esperanza de muchas personas y familias para tener una mejor calidad de vida. Las personas que arriesgan su vida en estos agujeros tienen historias de vida como cualquiera de nosotros y buscan en este trabajo una opción para mejorar cada día. La experiencia de entrar en la mina es interesante, pero yo me quedo con la sonrisa de uno de los mineros con su cara oscura y sus manos curtidas. Para mí, esa fue la joya que pude encontrar en este lugar.
Luego que la represa fuera llenada, muchos de los caminos que comunicaban a los pueblos del Guavio fueron inundados, por esta razón ahora la comunicación se realiza por lanchas que a determinados horarios recorren la represa entre sus diferentes puertos. Para evitar tener que hacer un recorrido largo en carro, tomamos una de estas lanchas que rápidamente nos llevó hasta la población de Gachalá. Este es un pueblito pintado de color ocre que mantiene la tranquilidad y el silencio de un lugar perdido en el tiempo. Sus calles se recorren lentamente pues no hay afán y el tiempo se siente más lento.
Luego de relajarnos un momento en su parque central, fue el tiempo de regresar nuevamente en la lancha y buscar nuestro destino para pasar la noche. Gachetá es la capital de la provincia y a pesar que no es una ciudad grande, se siente mucho más el movimiento comercial, especialmente los domingos que es su día de mercado.
En Gachetá es imperdible visitar su cementerio que fue declarado patrimonio de la región. Este cementerio con sus rocas gigantes de mármol da la entrada a un lugar que nos invita a reflexionar sobre la importancia de hacer cosas constructivas en nuestro paso fugaz por esta tierra.
De regreso hacia Bogotá, vale la pena desviarse al municipio de Junín, degustar unas deliciosas garullas en su parque central, subir al mirador de Ararat y al retornar por la carretera principal, no dejar de visitar una de las cascadas más hermosas que tiene Cundinamarca: La cascada de Sueva.
Para llegar a este impresionante salto de agua, es necesario caminar un kilómetro y medio en aproximadamente media hora. La fuerza del lugar se siente desde la distancia y si tienes aún más ganas de compenetrarte con su magia, puedes acercarse a la caída del agua y sentir la energía del lugar. Vas a salir empapado y enlodado, pero recargado con toda la energía que sólo la naturaleza puede brindarte.
Antes de regresar a Bogotá puedes llevarte un delicioso queso campesino y colaborarle de esta forma a alguna familia campesina.
Así como el páramo se nos escondió en medio de la bruma a la entrada de la región, esta vez nos despidió con un sol y claridad inigualable. Los frailejones, sus colinas y cerros pintados de verde y ocre, la inmensidad a la distancia del parque Nacional Chingaza y los colores intensos que el atardecer sabe ofrecer, fueron el deleite final a tres días tratando de descubrir los tesoros de esta parte de la región del Guavio. Quedé con la seguridad que apenas levanté el velo de sus riquezas, queda demasiado por descubrir y por ello, este es el espacio para invitar a todos los colombianos y especialmente a los bogotanos que se adentren en sus pueblos y sus paisajes y encuentren las joyas de la región, que son muchas más que las esmeraldas.